El teatro, el arte, la literatura, el cine, la prensa, los anuncios, los escaparates, deben ser empleados para limpiar la Nación de la podredumbre existente y ponerse al servicio de la moral y de la cultura.
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Nada me había hecho reflexionar tanto en tan poco tiempo como el criterio que paulatinamente
fue incrementándose en mí acerca de la forma como actuaban los judíos en
determinado género de actividades.
¿Es que había un solo caso de escandalo o de infamia, especialmente en lo relacionado con la vida cultural, donde no estuviese implicado por lo menos un judío?
Quien, cautelosamente, abriese el tumor, habría de encontrar algún judío. Esto
es tan fatal como la existencia de gusanos en los cuerpos putrefactos.
Otro grave cargo pesó sobre el judaísmo ante mis ojos cuando me di cuenta de
sus manejos en la prensa, el arte, la literatura y el teatro.
Las palabras llenas de unción y los juramentos dejaron de ser entonces útiles;
era nulo su efecto. Bastaba ya observar las carteleras de espectáculos,
examinar los nombres de los autores de esas pavorosas producciones del cine y
el teatro sobre las que los carteles hacían propaganda y en las que se reconocía
rápidamente el dedo del judío. Era la peste, una peste moral, peor que la
devastadora epidemia de 1348, conocida por el nombre de "Muerte
Negra". Esa plaga estaba siendo inoculada en la Nación.
Cuanto más bajo el nivel intelectual y moral de esos industriales del arte,
tanto más ilimitada es su actuación, lanzando, como lo haría una maquina, sus
inmundicias al rostro de la Humanidad. Reflexiónese también sobre el número
incontable de personas contagiadas por este proceso. Piénsese que, por un genio
como Goethe, la Naturaleza echa al mundo decenas de millares de tales
escritorzuelos que, portadores de bacilos de la peor especie, envenenan las
almas.
Es
horrible constatar - y esta observación no debe ser despreciada - que es
justamente el judío el que parece haber sido elegido por la Naturaleza para esa
ignominiosa labor.
¿Se debe indagar el motivo de que esa elección haya recaído en los judíos?
Comencé́
por estudiar detenidamente los nombres de los autores de inmundas producciones
en el campo de la actividad artística en general. El resultado de ello fue una
creciente animadversión de mi parte hacia los judíos. Por más que eso
contrariase mis sentimientos, era arrastrado por la razón a sacar mis
conclusiones de los que observaba.
Era innegable el hecho de que las nueve decimas partes de la literatura sórdida,
de la trivialidad en el arte y el disparate en el teatro, gravitaban en el
"debe" de unos seres que apenas sí constituían una centésima parte de
la población total del país.
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La burguesía ve tranquilamente cómo en el teatro y en el cine, y mediante la
literatura obscena y la prensa inmunda, se echa sobre el pueblo día a día el
veneno a borbotones. Y sin embargo se sorprenden esas gentes burguesas de la
"falta de moral" y de la "indiferencia nacional" de la gran
masa del pueblo, como si de esas manifestaciones asquerosas, de esos filmes
canallescos y de tantos otros productos semejantes, surgiese para el ciudadano
el concepto de la grandeza patria. Todo esto sin considerar la educación ya
recibida por el individuo en su primera juventud. Pude entonces comprender bien
la siguiente verdad, en la que nunca antes había pensado:
El
problema de la "nacionalización" de un pueblo consiste, en primer término,
en crear sanas condiciones sociales como base de la educación individual;
porque solo aquel que haya aprendido en el hogar y en la escuela a apreciar la
grandeza cultural y, ante todo, la grandeza política de su propia Patria, podrá́
sentir y sentirá́ el íntimo orgullo de ser súbdito de esa Nación. Sólo se puede
luchar por aquello que se ama. Y se ama sólo lo que se respeta, pudiéndose
respetar únicamente aquello que se conoce.
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Paralelamente al proceso de la educación del cuerpo, debe iniciarse la lucha
contra el emponzoñamiento del alma. El conjunto de nuestra vida de relación
semeja en la actualidad un vivero de ideas y de estimulantes sexuales. Basta
analizar el contenido de los programas de nuestros cines, variedades y teatros,
para llegar a la irrefutable conclusión de que todo esto no es precisamente el
alimento espiritual que conviene a la juventud. Casas y quioscos de propaganda
se juntan para atraer la atención publica hacia los más bajos expedientes.
Cualquiera que no haya perdido la capacidad de penetrar el alma de los jóvenes,
comprenderá́ que esa educación sólo puede acarrear graves perjuicios para la
juventud.

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