domingo, 22 de marzo de 2015

CRÍTICA DE LA DOCTRINA MARXISTA por JOSÉ VASCONCELOS




En primer lugar se ha observado que la pretensión de formular un socialismo científico es ingenua, porque científico en el sentido propio del término, o sea la capacidad de predecir un fenómeno, no existe en sociología, menos en economía, su rama subordinada. Pero Marx, abogado y periodista, y además hegeliano, es natural que no tuviese ideas muy claras respecto a lo que constituye el método científico. Las observaciones de que se sirve para fundar el materialismo histórico se parecen a las de Spencer y el positivismo de su época: no hay tesis, por arbitraria que sea, que no pueda hallar hechos que la sustenten en el acervo inmenso de datos que ha ido acumulando la observación sociológica. Y en el caso especial del materialismo histórico, dista mucho de estar probada la tesis de que sea el desarrollo industrial la causa determinante de la transformación de las culturas. Los factores morales, y aún los políticos, ejercen también influencia decisiva en ocasiones. Sobre todo hay que tener presente el hecho de la aparición de personalidades extraordinarias que transforman su época y el poder que cada hombre posee de inventar, de crear en forma contingente factores de progreso social imprevisible.

Dentro de la misma técnica los inventos suelen provocar transformaciones radicales que no tienen nada que ver con el ritmo de la lucha de clases. La aparición del capitalismo no es producto exclusivo de la máquina y sí un fenómeno reflejo de la Reforma y el protestantismo, que al acentuar la libertad individual eliminaron las trabas que anteriormente mantuvo la Iglesia contra la usura. La destrucción de los gremios provocada por el liberalismo determinó efectos parecidos, haciendo de la libre competencia una virtud sin advertir que también era un riesgo. El factor moral es en este caso, como en tantos otros, evidente e innegable.

Por su parte, la máquina y la gran industria no sólo han tenido el efecto de pauperizar al proletario o de crearlo, sino que también han transformado las condiciones sociales mejorando, levantando el nivel de vida de naciones enteras, lo que es evidente si se comparan Francia o Alemania, cristianas y capitalistas, con las masas gregarias de los pueblos musulmanes y los aztecas o incas, donde la propiedad es del Estado, es decir, de la clase dominante, y debajo queda una población sin derechos, por lo mismo sin bienestar. La destrucción de las clases que Marx preconiza y Lenin consumó conduce a la pesadilla de dejar a todos pauperizados sin que la supresión de unos cuantos afortunados mejore la situación general. Una economía sana, al contrario, debería tender a levantar el nivel general en vez de hacer condición para el mando el hecho de ser proletario de abolengo. Como simple venganza, lo de Rusia se explica; como experimento es un fracaso.

Analizando la doctrina de Marx, el economista Sombart expresa que el primer factor de destrucción del capitalismo señalado por Marx, o sea la concentración del capital en cada vez menos manos, es falso. Pese a las acumulaciones gigantescas de los trusts, ya bastante hostilizados por la ley, es un hecho que la pequeña industria ha progresado y tiende a crecer por la maquinaria más perfeccionada, menos costosa, y por las barreras aduanales, los sistemas impositivos que se han ido creando, las leyes de protección, etc. En agricultura sobre todo, señala Sombart, el proceso no es hacia el latifundio, sino todo lo contrario. Y aunque, en resumen, los pequeños propietarios están a merced del crédito que impone y maneja el banquero, también en este particular la legislación avanza rápidamente y con ella la práctica, siendo hoy más bien el Estado quien ejerce la función reguladora de los precios y el crédito.

La doctrina de la socialización de ciertas ramas del trabajo es, reconoce Sombart, la contribución más importante de Marx y Engels a la ciencia económica. Pero la socialización del trabajo no supone la supresión de las clases. Lo único que hace es crear otro tipo de clase directiva. El trabajo especializado no tiende a desaparecer; al contrario, el avance de la técnica exige en el trabajador condiciones de preparación, de educación, que necesariamente tienen que reflejarse en su salario y en su situación en sociedad. Los mismos bolcheviques han tenido que ceder ante los técnicos. Luego, las diferencias sociales no dependen exclusivamente de un sistema económico, aunque a veces el modo de las diferencias cambie según se modifiquen los sistemas económicos.

La tesis de la fatal y gradual pauperización del proletariado, añade Sombart, tampoco puede aceptarse rigurosamente. Los salarios en general han subido dentro del mundo capitalista junto con las comodidades para el obrero, sin contar con ventajas garantizadas ya por todas las legislaciones civilizadas en materia de horas de trabajo, protección contra accidentes, seguros, etc, etc.

Las crisis de producción, que según Marx habría de dar por tierra con las empresas capitalistas, tampoco se han presentado en la forma que supuso el marxismo. Ha habido crisis generales del comercio, crisis que siempre han existido y que no dependen de un sistema aunque a veces obliguen a modificar un sistema. Mucho más práctico que el sistema marxista, pensamos nosotros, es el sistema que se deriva del Manifiesto de Liebkneitch, publicado en los días de su muerte en el intento revolucionario alemán. Establecía Liebkneitch el respeto a la propiedad privada hasta el límite fijado por la ley en cada pueblo. Representa a nuestro juicio dicho plan lo más eficaz que se ha dado a conocer desde el punto de vista revolucionario. En cuanto a economía transformada por medios evolutivos, no revolucionarios, el resumen que intentaré adelante sobre las ideas de Sombart contiene, nos parece, una solución mucho más racional y, desde luego, más científica y más humana que la marxista.

La inhumanidad del sistema marxista es su principal defecto. La gozosa destrucción caníbal de una clase por otra, la furia de mayorías semisalvajes que devoran a sus minorías selectas, todo eso es barbarie desde que comenzó la historia. La dictadura del proletariado no tiene justificación en la ciencia sino como salto atrás de la civilización: un retorno a Gengis Kan y a Moctezuma y al inca peruano; la supresión del individuo ante el monstruo del Estado, mito detrás del cual una reducida minoría militar y burocrática esquilma el trabajo de poblaciones esclavizadas y embrutecidas.

Por otra parte, el odio socialista contra la religión viene de Marx. Se explica la difusión de ese odio porque tanto en países católicos como en los protestantes la Iglesia suele estar con el elemento conservador, pese a encíclicas como la de León XIII, que por lo general se quedan escritas. Pero eso no quita que la pasión judía de Marx, su odio ancestral al cristianismo haya contagiado el movimiento social y le haya restado la fuerza mesiánica que le habrían impreso precursores de la categoría de Tolstoi.

1 comentario:

  1. Me pareció muy buena la crítica, ¿en qué libro o revista se publicó originalmente este texto?

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