Un tema que creemos es materia fundamental y
debe ser objeto de reflexión y preocupación, es el de la formación de una Orden
que haya asumido plenamente la Tradición y que mediante la acción, actúe sobre
el mundo junto con todas las fuerzas que sostienen el espíritu
tradicional contra el mundo moderno.
Una Orden es todo lo
contrario de un partido político y de cualquier otro tipo de sociedad o
agrupamiento. A la Orden no se accede llenando fichas de afiliación: la Orden
no es un club ni ninguna sociedad que ofrezca ventajas materiales o negocios.
Lo que ofrece la Orden es un puesto de combate en la primera línea de fuego. Si
se ofrecen negocios vendrán los fenicios, pero si se ofrece heroísmo vendrán
los héroes.
La Orden es pues una sociedad
de varones destinada a ser la columna vertebral de un Estado Tradicional y a
dar el tono al conjunto, de ahí deriva la importancia decisiva de su formación.
Y ahora pasemos a
considerar una cuestión por la cual, sin la misma, no se concibe a una persona
como miembro de la Orden.
Dice Julius Evola en su
opúsculo “Orientaciones” publicado en 1950: “Un factor religioso es
necesario como fondo para una verdadera concepción heroica de la vida, lo que
debe ser esencial para nuestra lucha: Es necesario sentir en nosotros mismos la
evidencia de que más allá de esta vida terrestre existe una vida más alta, ya
que solamente quien siente de este modo posee una fuerza irrompible e
indoblegable, solo él será capaz de un lanzamiento absoluto…”
Claro, simple y sencillo,
como toda gran verdad, sin necesidad de elucubraciones intelectualoides a las
que son tan afectos legiones de comemierdas contemporáneos.
Y aquí cabe una advertencia
para evitar confusiones. Cuando se habla del factor religioso debe quedar
totalmente excluido todo clericalismo consistente en la subordinación de
la Orden a cualquier casta sacerdotal, total o parcialmente. Ello sería
fatal, máxime teniendo en cuenta lo que son hoy en dia las jerarquías de las
distintas religiones que se arrastran por el mundo moderno y que concilian con él.
También deben ser
objeto de rechazo aquellos que son de misa diaria y de estricta
observancia, pero que, una vez transpuesta la puerta del templo, se comportan
como buenos burgueses. En nuestro país hubo gobernantes de esa calaña y que
nombraban como ministros de economía a representantes de las finanzas mundiales
y de la usura, con una concepción del mundo y de la vida totalmente
materialista y economicista. Les cabe el dicho evangélico de “sepulcros
blanqueados”, blancos por afuera y llenos de podredumbre por adentro.
La hipocresía reina en el
mundo moderno. La Orden necesita de varones que den la cara, que digan lo que
piensan y vayan de frente.
La Orden es una élite, pero no una élite
cualquiera, no es un grupo que persigue objetivos limitados al beneficio
personal de sus miembros, ni a la defensa de intereses materiales, ni
privilegios de ningún tipo. La Orden está al servicio de la Idea superior de la
Tradición.
La Orden es aristocrática y
como es una palabra que ha sido devaluada por la confusión semántica de
nuestros días y en forma intencional tanto por el liberalismo como por el
marxismo, cabe hacer las debidas aclaraciones. Conforme a su origen
etimológico, aristocracia significa el gobierno de los mejores por su nivel
espiritual, su heroicidad y por su capacidad de sacrificio activo. Fue
una forma de gobierno de todas las sociedades tradicionales, y está
magistralmente desarrollada por Platón en “Politeia” (lo que en nuestro idioma
se llama “ República”, término tan manoseado en nuestros días por liberales.
progresistas y marxistas). La ignorancia y mala fe de toda esta gente pretende
asimilarla a “oligarquía” que es todo lo contrario. “Oligarquía” es
el gobierno de unos pocos fundado en la posesión de bienes materiales, en el
dinero y en la defensa de privilegios, y siendo precisamente la “sacrosanta”
democracia la que abre camino a la oligarquía, tal como lo vemos en el orden
mundial que se trata de imponer. Aristocracia es todo lo contrario, es
situarse por sobre la falsa opción de “pueblo” versus “oligarquía”, disyuntiva
a la que son afectos cuanto demagogo y politiquero anda suelto. En nombre del
pueblo, que es sujeto pasivo e incapaz de autogobernarse, gobiernan
verdaderamente las oligarquías, que de tanto en tanto, y ante el descrédito de
los politiqueros, dan un “golpecito”, y vuelta a empezar.
Nótese que en todos los
golpes militares habidos en nuestro desgraciado continente siempre se
prometió restaurar la democracia, y se cumplió, tal como lo demuestra la
historia.
Estamos verdaderamente
en un círculo vicioso y si bien ahora no hay golpes militares, se logra el
mismo efecto con elecciones y con el descomunal manejo de los medios de
comunicación, ayudado todo ello por la corrupción que parece haberse instalado
a sus anchas, no solamente en los gobiernos, sino también en el pueblo. La
putrefacción comenzó por la cabeza y ahora invade todo el cuerpo social.
No se trata entonces de
reiterar siempre lo mismo, y en todos los casos respetando el poder mundial de
la usura y las finanzas. En nuestro país, la Argentina, por ejemplo, la renta
financiera no paga ningún impuesto, que por otra parte sí se gravan a los
consumos más elementales y necesarios, como ser los alimentos.
Una Orden aristocrática,
guerrera y heroica se impone como una necesidad, y a esta altura por razones de
supervivencia de la humanidad.
Ortega y Gasset,
criticando el dicho de que la política es el arte de lo posible, decía con
razón. que “ la política es el arte de hacer posible lo necesario”.
JULIÁN
RAMÍREZ.

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