miércoles, 30 de diciembre de 2015

WINIFRED WAGNER por JUAN MASSANA



Este año se ha cumplido el 35 aniversario del fallecimiento de Winifred Wagner, última depositaria legítima del legado de Richard Wagner en Bayreuth. Con este motivo reproducimos la remembranza biográfica publicada en “El Alcázar” de Madrid el 20.3.1980


Arno Breker realizando busto de Winifred Wagner

A una muy avanzada edad que no dejaba traslucir su tremenda energía vital, ha muerto Winifred Wagner, hija política del genial poeta y músico y la última heredera legítima de su legado. Ha sido ante todo Winifred Wagner una extraordinaria mujer, cuya decisiva actuación en la cultura y el arte de Europa ha venido determinada por unas nobles e intensas cualidades humanas que se acrecentaron en una época caótica, triste y oscura. Dentro de esta eterna paradoja que es la vida (aunque nada sucede sin que de antemano esté escrito y prefijado), ella ha cumplido la difícil misión de ser, en el siglo XX y en el mundo artístico, una de esas mujeres que, cuando en la Historia han desaparecido o han desertado de sus exigencias los hombres de su entorno, han mantenido el principio viril y creativo.  

Es también muy curiosa la aportación que Inglaterra ha dado a la familia de Richard Wagner, cuando su obra se ha supuesto una exaltación germanista. Una de las hijas del compositor, Eva, se casó con Houston Stewart  Chamberlain, hijo de un almirante de la Royal Navy británica y sobrino de un premier, convertido en destacado intérprete, no sólo del wagnerismo, sino también del cristianismo germánico: su obra Los fundamentos del siglo XIX es considerada, en este aspecto, un clásico del pensamiento.

Winifred fue, pues, la segunda hija política inglesa de Wagner. Nacida en 1897 en Hastings y huérfana a muy temprana edad, fue adoptada por el director de orquesta y discípulo de Liszt, Karl Klindworth, quien había sostenido amistad con Wagner desde que éste visito Inglaterra en 1855. Klindworth era un buen asiduo de Bayreuth y, en ocasión de ser invitado a la casa de Wagner por su viuda, Cosima (hija de Franz Liszt), llevó a Winifred. El amor no tardó en unirla a Siegfried Wagner, hijo del compositor, y en 1915, en medio de los fragores de la Primera Guerra Mundial, se casaba con él y se unía para siempre al “destino Wagner…”. 

Siegfried dirigió los Festivales desde 1908 hasta su muerte, ocurrida en 1930  a los pocos meses de la de su madre. A partir de ese momento, Winifred debió asumir la dirección : la inglesita huérfana devenía señora de Bayreuth. Asesorada por Heinz Tietjen (intendente general de la Opera de Berlín), Wilhelm Furtwängler (como director musical) y Emil Preetorius (como director escénico), dio a Bayreuth una época de esplendor, plenitud y madurez –con directores como Arturo Toscanini y Richard Strauss e intérpretes como Max Lorenz y María Müller-, sintetizada así por ella misma : “Adaptar la obra de Richard Wagner a la sensibilidad moderna manteniendo una tradición siempre viva.” En 1933, con ocasión del L aniversario de la muerte de Wagner, el Municipio de Bayreuth concedía a Winifred  la ciudadanía de honor.

Ese mismo año se había producido el advenimiento del Nacional-Socialismo, y este acontecimiento iba a marcar a Bayreuth de manera indeleble. Es bien sabida la profunda admiración que Hitler sentía por Wagner y su obra (De Parsifal hago una religión), pero menos conocidos son algunos detalles. Ya mucho antes de iniciar su actividad política, Hitler era un devoto de los dramas wagnerianos. En su juventud, transcurrida en Linz y Viena en medio de las mayores penurias, asistía religiosamente a las representaciones wagnerianas en las localidades más modestas. Una noche, después de una de ellas, la de Rienzi – historia del tribuno que conduce a la libertad y a la grandeza al pueblo de Roma para luego ser abandonado por él-, ascendió, silencioso, al Freinberg, colina de Linz a cuyos pies discurre el Danubio. Treinta años más tarde le diría a Winifred: “En aquella hora empezó todo”, refiriéndose al despertar de su vocación política. En 1923, con el poder todavía lejos, Hitler fue a Bayreuth. Cosima, Chamberlain, Wolzogen (colaborador directo de Wagner y su mejor biógrafo) y el mismo matrimonio Siegfried-Winifred le recibieron con los brazos abiertos, lo que no es de extrañar si se consideran las propias ideas de Wagner, que han valido a su música ser prohibida en Israel. Poco después, Hitler era encarcelado a raíz del fallido golpe de Estado contra la República, y la familia Wagner enviaba paquetes con comida, e incluso se dice que Mein Kampf  fue escrito con el papel facilitado por Winifred.

En 1925, Hitler asistió a los Festivales, pero se organizó tal escándalo que prometió sólo volver cuando su presencia fuera útil y no perjudicial para ellos. En 1933 todo había cambiado y si se tiene en cuenta la política musical de Hitler – que llegó a nombrar a Richard Strauss director general de Música con lo que éste ha conseguido las mismas simpatías que Wagner en Israel-, es bien imaginable cuál sería su postura respecto al wagnerismo. Colocados los Festivales bajo su protección directa, e incluso contando con su presencia continua (durante la cual no se permitían manifestaciones de adhesión hacia su persona), no tuvieron la menor dificultad en alcanzar su cénit, no interrumpido siquiera por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, pues Hitler se negó a que se suspendieran por ello, dando toda clase de facilidades a la organización y a los intérpretes. Lo único que cambió fue el público: a partir de entonces, estuvo constituido por soldados heridos, obreros de las fábricas y personal sanitario…incluso se contaron entre él soldados de la División Azul. Un público todavía lejano de los pedantes y los snobs, de la Begum y de Walter Scheel. La organización de los “Festivales de Guerra” corrió a cargo de Bodo Lafferentz, casado con una de las hijas de Winifred.


El autor junto a Winifred Wagner en Bayreuth (1974) 

En 1944 Bayreuth cerró sus puertas y un año más tarde la familia Wagner abandonaba la ciudad ante los bombardeos aliados. Tras la ocupación, el teatro que Wagner soñara para sus dramas sagrados fue destinado por los americanos a ejecutar música de cabaret. Winifred fue detenida y debió comparecer ante los “tribunales de desnazificación”. Se le prohibió efectuar cualquier declaración pública y los Festivales sólo pudieron reanudarse con la condición (un verdadero chantaje) de que ella renunciara a su dirección. Sus propios hijos, pese a haber vestido uniformes nazis y a llamar “tío Adolf” a Hitler, se acomodaron a la nueva situación y le volvieron la espalda.

Se le quitó a Winifred toda autoridad legal; sin embargo, siguió manteniendo ante los wagnerianos toda su autoridad moral. Se llegaron a crear dos bandos: el del wagnerismo “oficial”, representado por su hijo Wolfgang, y el del wagnerismo “real” por ella.

Wolfgang Wagner ha convertido los Festivales de Bayreuth, a través de nuevas escenificaciones, en una especie de mascarada, que culmina muchas veces en pura propaganda comunista, ante el rechazo y la rabia del fiel público wagneriano. Wolfgang Wagner afirma que los caballeros del Santo Graal son seres deshumanizados, mientras escenifica El anillo del Nibelungo como una crítica marxista de la revolución industrial, coloca una presa en el Rhin, considera prostitutas a las ninfas, viste a Siegfried con smoking y a su asesino Hagen de proletario o traduce el Walhalla en calles de Nueva York, hasta llegar a un Tannhäuser en el que el pueblo saluda con el puño en alto.

Winifred mantuvo su postura, apoyando en privado todas las iniciativas que tendieran a devolver al wagnerismo su antiguo esplendor. Sólo en 1975 volvió a hablar en público, cuando el director Hans Jürgen Syberberg la entrevistó largamente para una película. Allí Winifred se despachó con gusto, alegrándose de “quitarse la camisa de fuerza” de la “desnazificación" y manifestándose fiel a las ideas de siempre, calificando de idiotez la pretensión de que Hitler se aprovechó de los Festivales, y guardándole la misma lealtad que antes y que seguiría aun cuando alguien pudiera llegar a demostrar que era un criminal. Wolfgang, en esta ocasión, prohibió incluso a su madre que pisara el recinto de los Festivales; irónicamente, Winifred declaraba a la revista musical española Monsalvat: 
“Por lo visto las “sombras pardas” proyectadas por mí pesan aún hoy sobre Bayreuth y por desgracia mi hijo Wolfgang tiene aún hoy que seguir devolviendo la sopa que yo le di a cucharaditas.”
Pero para  los wagnerianos la cuestión estaba muy clara, y cuando se iniciaba – a nuestra Patria le cabe el orgullo- la publicación de la única revista dedicada exclusivamente a la obra del maestro de Bayreuth, Wagneriana, se decía en ella: “Reconocemos en Winifred Wagner a la heredera de Bayreuth y negamos a Wolfgang Wagner, o a cualquier otra personalidad del mundo actual wagneriano, como autorizada para modificar, cambiar o arreglar los dramas wagnerianos.”
También Winifred Wagner tuvo especial atención con los españoles, apoyándoles en todos sus trabajos; cuando tuve el honor de ser recibido por ella, bastó mencionar mi nacionalidad para que me saludara brazo en alto (eran los años de las campañas contra la “oprobiosa dictadura”) y fui probablemente el único corresponsal de Prensa que habló con la heredera de Bayreuth de la Legión Cóndor. Es justa correspondencia como españoles rendir ahora tributo a una mujer cuya virtud esencial fue la fidelidad.  



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