domingo, 15 de noviembre de 2015

LA ATENAS DE PERICLES, UNA DEMOCRACIA ORGÁNICA HACE 2,400 AÑOS por JUAN MASSANA



La lectura de un no muy conocido pero sugestivo libro, Griegos y persas, cuyo autor es Hermann Bengtsow, me ha hecho pensar nuevamente en un tema que ya hace algunos años, en la época de la “apertura”, cuando asomaba su fea nariz la democracia liberal, creí necesario tratar, y que hoy, cuando la partitocracia ha alcanzado un cenit de caos, ineficacia y desorden social, es igualmente interesante desvelar.

Constituye uno de los más difundidos tópicos culturales de la democracia, su sedicente origen histórico en la Grecia clásica, preocupación ésta la de buscarse una genealogía bastante paradójica en una corriente ideológica ligada tan estructuralmente a la interpretación progresista de la Historia, que con su visión lineal, horizontal, identifica todo pasado con la oscuridad y la barbarie y todo futuro con la felicidad y el progreso. No es ésta la hora de sentar la frontera entre concepción tradicional (vertical, idealista) y concepción progresista (horizontal, materialista) de la Historia, pero sí la de negar a la idea liberal algo que, por su conclusión en la segunda, no le pertenece, y es la Historia, de la que abomina y a la que desprecia.

La Atenas de Pericles no se corresponde, para los historiadores y pensadores tradicionales, con una “edad de oro”, como tampoco la Roma de César, por ciertos caracteres y aun por su espiritualidad de “tipo lunar”, pero al margen de ello, queremos nosotros ahora desposeerla de esa falsa imagen social y política que se le ha adjudicado sin base ni razón, y pese a todos sus defectos e incluso a una lejanía histórica de veinticuatro siglos, verla como algo bien diferente en su esencia y en sus resultados, como algo resueltamente superior a la decadente sociedad que se pretende su heredera en el mundo de las concepciones.

Consideran todos los historiadores modernos –a excepción precisamente de los tradicionales- al siglo de Pericles como la más brillante etapa de la historia griega, y ello, por dos hechos: el inmenso desarrollo de las artes en su tiempo y las profundas reformas socio-políticas que acometió. La más importante de todas ellas y a la que le ha aportado su fama democrática fue la remisión del poder al conjunto de la ciudadanía tras arrebatárselo a la aristocracia, debilitando el poder del Areópago, el tribunal superior de Atenas que pese a ello conservó intacto su prestigio, enraizado en los tiempos mitológicos, y admitiendo al arcontado a la mayoría de ciudadanos y campesinos atenienses.

Contra todas la apariencias, este nuevo sistema democrático nada, absolutamente nada, tenía de paralelo con el sistema liberal, puesto que la representación jamás se organizó a través de grupos o partidos, sino a través de órganos de la actividad política; ni el poder lo detentó un Gobierno bajo control parlamentario, sino que se ejerció a través de una democracia directa (más avanzada, pues, y no más primitiva, que la liberal). Los órganos de la actividad política eran la Heliea y los jueces de los demos (ambos de carácter jurídico), el arcontado, la ecclesia y muy destacadamente la Bulé, formada por quinientos miembros, cincuenta en representación de cada una de las diez phylé (tribus o familias importantes), modelo que antes nos hará recordar un sistema orgánico que uno liberal. La ecclesia era un asamblea de tipo plebiscitario, abierta a todos los ciudadanos en posesión de sus derechos, pero cuyo “entusiasmo” democrático debía correr parejo al de nuestros contemporáneos, pues ya Bengtsow se encarga de aclarar: “Pero la participación pública no era, por lo visto, masiva, ya que muchos ciudadanos preferían cuidar de sus propios negocios o sólo asistían cuando se debatían cuestiones que les interesaban personalmente”. Todos tenían derecho a tomar la palabra, pero…”los oradores eran los individuos que habían hecho de la política la actividad de su vida, esto es, los demagogos, como se les solía llamar con cierto sentido despectivo” ¡En esto sí que fueron los demócratas de aquella época los precursores de los actuales! ¡Y el pueblo de entonces opinaba de ellos lo mismo que el de ahora!

Quienes pudieran creer, por lo expuesto, en el carácter igualitario de la democracia ática están muy equivocados, pues si a los órganos políticos citados tenían acceso todos los ciudadanos, conviene aclarar que ello no incluía a las mujeres; y que de la ciudadanía no disfrutaba más que una pequeña parte de los atenienses, quedando fuera una gran masa en la que se encontraban, por ejemplo, los esclavos y los cohabitantes, ciudadanos de otras localidades residentes en Atenas, hasta el punto de afirmar Bengtsow: “La democracia ática era el dominio de una minoría sobre una mayoría, que carecía, a su vez, de derechos políticos”. Si añadimos otros aspectos como el Servicio Militar obligatorio, se pierde el rastro de los “derechos humanos” de la formalidad burguesa; para colmo está el proyecto de ley sobre la ciudadanía ática, presentado por el propio Pericles en 451: sólo disfrutarían de ésta los que descendían de atenienses por línea paterna y materna. El carácter de esta ley era, pues, más  estricto que el de las leyes de Nuremberg, que conservaban la ciudadanía a quienes tuvieran un cuarto de sangre judía; y los demócratas atenienses, más racistas que los nacional-socialistas alemanes. Sostiene H. E. Stier que el propósito de Pericles era la formación de una nación ática basada en la comunidad de la sangre.

Pero la gran diferencia, el abismo entre la democracia ática y la dictadura liberal partitocrática está en el aspecto del que hablábamos al principio: la gran potenciación que tuvo la vida cultural e intelectual en Atenas durante el siglo de Pericles, que contó entre sus propios amigos a Fidias, Anaxágoras y Sócrates. Hecho inconcebible bajo un régimen democrático, que se desentiende, cuando no los persigue, del arte y de la intelectualidad. Incluso una cuestión tan actual como la del aborto los separa radicalmente, pues a esa época pertenece el juramento hipocrático que proclama: “No daré tampoco a mujer alguna un medio para la destrucción de la vida en germen.” Es decir, que, contrariamente al liberalismo, la democracia ática no permitía a la mujer votar, pero la respetaba más. 

Empero, y pese a esos elevados ejemplos morales de que es incapaz el liberalismo moderno, Atenas, víctima del fermento de descomposición que lleva en sí la forma democrática y de las doctrinas sofistas, que no en vano han sido parangonadas a la Ilustración y al racionalismo del siglo XVIII, acabó por perecer. En la propia Atenas, la labor bienhechora de un dictador como Pisístrato es reconocida como menos contradictoria que la de Pericles y, para nosotros, el modelo heroico de Esparta, con sus recias virtudes militares, se coloca con mérito sobre el ateniense. Las Termópilas se nos revelan más inmortales que la misma Acrópolis, y la lección de heroísmo que allí dieron Leónidas y sus trescientos guerreros espartanos sobrevive, con primacía sobre Pericles, en la Historia, que la recoge y no cesa de repetirla desde Sagunto hasta el Alcázar.    

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